viernes, 7 de enero de 2011
Madrid en Navidad
viernes, 5 de noviembre de 2010
martes, 2 de noviembre de 2010
Leyendas de Babia
El aullido del lobo
Al pie de un peñasco, justo a la entrada de Cospedal, son muy visibles los accesos a la Cueva de Barrunmián. Apenas cubiertos quince pasos por la caverna adelante,aparece en el suelo un coladero de dos palmos de diametro o poco más. Nos cuentan en el pueblo que por aquí se arrojaban antaño, hacía la cavidad inferior, los restos de las alimañas atrapadas durante alguna de las batidas que entonces se organizaban.
Tas la cacería de un lobo, su pellejo, a veces relleno con paja para lograr una reconstrucción espantosa, era paseado de caserío en caserío para que los vecinos, agradecidos, recompensaran a
los cazadores con algunas monedas y viandas.
Al pozo de Barrumián, fueron echados los huesos de un lobo famoso que, a principos del siglo xx acabó con 12 ovejas en una cuadra de Villasecino.
Un hombre del pueblo, Don Manuel, un veterano cuya vivienda es la más próxima a la matanza, cuenta si se le pregunta la historia.
-Me acuerdo perfectamente cómo era la casa vieja ( sustituita por una de construccion nueva) de Don Benito. En la parte de atrás había una era, el terreno tenía más nievel por un lado y en la pared había un postigo para meter la hierba en el pajar,. Debajo del pajar estaba la cuadra de las ovejas,
En un invierno de aquellos otro tiempos ya algo lejanos, andaba por aquí un lobo solitario que ya había hecho de las suyas. Una noche que al parecer estaba muy hambriento y , merodeando por ahí cerca, escuchó algún balido u olfateó ganado. El caso es que arremetio contra las tablas del postigo, las tumbó, se lanzó a la cuadra y allí mató a las doces ovejas que había, una tras otra. Nadie en el pueblo se enteró de nada, las ovejas no son como los demas animales, que berrean cuando se les hace daño. Las ovejas mueren en silencio.
Cuando al amanecer, Don Benito fue al corral, se encontró con que el lobo había amontonado los doce cadáveres, unos encima de otros, para poder salvar los dos metro sy medio de desnivel, alcanzar el postigo y escapar de la cuadra. Los lobos son muy listos, pero parece que matan por
Matar. En aquellos años no pudimos hacer batidas y el número de lobos aumentó tanto que se veían por ahí, en grupos de seis u ocho.
Pocas horas después de que fuera descubierto el desaguisado, un grupo de paisanos salió de batida y le dio caza en el monte de Cospedal. Al día siguiente tuvo lugar la procesión de costumbre. El primer destino de los pedigueños fue precisamente Cospedal, y el cura de Villasacino, Don José Arienza Hidalgo, compuso para la ocasión los siguiente versos:
¡ Oh pueblo de Cospedal¡
¡ Oh pueblo de Bendicion¡
Ya adivinas, muy leal,
El objeto principal
De esta noche procesión,
Esta piel tan imponente,
Este velludo estandarte
Te está diciendo elocuente:
¡ reparte, pueblo, reparte¡
Si por gran casualidad
No hubiere plata o vellón,
Esta santa procesión
Que aquí ves en reunión+
Se contenta- la verdad-
Con que venga en caridad
De cada casa un jamón,
Mirad cual tiene el maldito
Mustios el rabo y orejas,
Pues pagó bien el delito
Que cometió con Benito
Matándole doce ovejas.
El gran bellaco, el gran trucha,
La infamia pagó también
Que cometió en la Cachucha.
Pues, con ser fiera tan ducha,
Requiescat in pace. Amén.
La leyenda de la laguna Grande
En cuanto al nacimiento de las lagunas, aunque con pequeñas variaciones,
Hay una justificación muy extendida. Matias Diaz Alonso, en sus “ MITOS y LEYENDAS DE LA TIERRA LEONESA”, recogió en Lago de Babia la historia del ama de cría que, después de amamantar al niño que una rica familia le había dejado a su cargo, los acostó a la sombra de un arbusto. Atraída por el olor dulzón de la leche, una culebra sigilosa se introdujo en la boca de la criatura. Fueron los gritos desgarradores de la nodriza lo que provocaron la rotura de las peñas, la apertura de las fuentes y la inundación de la braña desaparecida. Otras variantes de la leyenda son más explicitas. Cuantan que, la nodriza dormía, el ofidio adormeció al bebé introduciéndole la cola a modo de chupete y, mientras tanto, mamó directamente del pezón de la mujer. A otros lagos de la comarca se atribuye parecido origen aunque, a veces, el agua no manó de las peñas sino que fue producto de un llanto doloroso e incontenible.
El duende de MENA y otros trasgus golfos
El padre Cesar Morán aludió al dunde de Mena que, como todos los trasgus, tan abundantes en la región, era un martinico esmirriado y amarillento pero muy ágil e ingenioso.
Podia resultar simpático par quien observase sus gracias de lejos, pero era cargante y hasta verdaderamente dañino para quien las padecía en carne propia. El sentio de la vida para un trasgo consistía en llevar a cabo, con nocturnidad, hazañas tan pesadas como revolver los arcones del ajuar, cambiar los paeros de sitio, volatilizar objetos muy apreciados que jamás reaparecian, robar quesos o chorizos de las fresqueras, soltar el ganando de las cuadras y cosas mucho peores y hasta obscenas. El trasgo de Mena supuso un incordio tan grande que obligo a realizar una ceremonia de exorcismo, al parecer sin existo. Finalmente, abandonó el pueblo cuando le dio la gana y nunca mas se supo de él.
La leyenda de los pueblos muertos
En su relato sobre Babia, Luis Mateo Diez incluye un cuento titulado La Sacabera que recuerda la trágica historia de un pueblo feliz, de gente buena que respetaba las costumbres, hacia sus labores, pastoreaba los rebaños y vivía hermanada con los demás lugares de la comarca, Pero algo sucedió para que la desgracia asolase sus modestos muros y sellara el destino mortal de sus habitantes como un viento negro y venenoso. Se celebraba la Fiesta d eSan Mamés, todos se pusieron sus mejores galas para acudir al toque de las campanas de la ermita a misa, el cura bendijo los panecillos del santo, recien amasados y hornedados. Despues bailaron y sobre manteles que colocaron en la pradera, cerca de una fuente, se colocaron las empanadas, las tartas y las botas con vino. Pero, de repente, vino el sueño horrible y corrió el veneno hiriendo a todos con la misma flecha. La era se tornó en cementerio. Murió el pueblo y su muerte fue respetada. Nada volvió a habitar aquel lugar. Con el tiempo, apareció entre las piedras del molino la piel reseca de una sacabera- una salamandra- que había vertido la ponzoña mortal en la harina con la que cocieron el pan del santo.
Se cuenta que sólo dos niñas sobrevivieron a la tragedia que asólo aquel poblado en las inmediaciones de la fuente. Una de ellas resultó ser la fundadora de Las Murias y otra de Quintanilla de los Canes.
Ecos de Filandón
En cada rincón de la comarca de Babia anida un mito. Desde el origen de los tiempos, todas estas leyendas fueron trasmitidas durante las charlas nocturnas o filandones celebrados al amparo del fuego.
Existieron dos costumbres de hecho, El Calecho y el Filandón. La primera se hacía antes de la cena, momento en el que las mujeres hilaban mientras conversaban y luego hacían la cena cada una en su casa mientras los hombres seguían conversando, y después de la cena, ya en una casa, se reunían todos y el que mejor leía del pueblo, leía alguna novela como La Celestina u otras o se contaban los ecos de la comarca, leyendas o incluso gacetillas.
Pilar Martinez ( Noviembre 2010)
Babia, mucho más que una simple expresión
Cuando llegas a un lugar en el que no has estado antes, siempre esperas encontrarte con algo diferente a lo conocido; un paisaje de contrastes, matices singulares, colores, olores, gentes…
En la comarca de Babia hay diferencias. La vida parece que no sigue el mismo ritmo del tiempo que en otros lugares. Un día de descanso en esta comarca es tener la sensación de que el tiempo no importa. No lo sientes detenido, sino más bien relentizado, como si la calma se instalara en ti para darte sosiego.
Te apetece ver cosas, descubrir sus secretos entre los vallecillos y montañas salpicadas de hayas y robles que en otoño, a poco que el sol asome entre las nubes, ofrece unas tonalidades doradas y ocres espectaculares. Sin embargo, también te invita a pensar, a detenerte para darte ese tiempo que no te das en tu vida cotidiana y escucharte. El silencio de Babia y ese cobijo que te dan sus pequeños pueblos, es el mejor aposento que puedes encontrar para meditar sobre la incertidumbre que a menudo se siente en nuestro devenir por la vida.
En mi caso, la contemplación me ofreció una vivencia sencilla sobre la que pensar.
Entramos mi amiga Armonía y yo en un bar de Piedrafita de Babia a tomarnos un café. El bar en cuestión no tenía parroquianos; apenas un hombre de mediana de edad del lugar que, como si fuera ajeno a todo, permanecía en silencio fumando y mirando por la ventana cómo llovía mientras apuraba su consumición.
En la barra, no había nadie cuando entramos, pero a los pocos instantes de esperar en la barra, apareció por una puerta una muchacha joven con un niño de unos dos años y medio.
La muchacha enseguida nos atendió. Le pedimos dos cafés con leche y ella nos los preparó con tranquilidad, como se hace en Babia creo que casi todo.
En ese momento, no reparé en la muchacha, sino en el niño. Más bien, la criatura reparó en nosotras y sobre todo en mi mochila que, al verla, con su lengua de trapo enseguida me preguntó: -¿ Que hay dentro?, ¿ A ver qué hay?…
Como me cayó simpático el niño, le seguí un poco el juego y mientras asomaba su pequeña naricilla en la abertura de mi mochila, le enseñó algunas de las cosas que llevaba, entre ellas la cartera con el dinero.
Muy curioso, volvió a preguntar: - ¿ Y para qué llevas cartera?, Y ¿ Qué más cosas hay?…
Sus preguntas eran seguidas e incesantes, como un chorro de curiosidad, algo inusual en un niño de tan corta edad. Le contesté con esas típicas trivialidades que se les suele decir a los niños para ponerles a su nivel esas cosas de adultos que ellos aún no están preparados para entender.
La muchacha, una vez nos puso los cafés en la barra, cogió al niño y se lo llevó con ella a una mesa. Alli, el niño, siguió con su parloteo mientras la muchacha, con el móvil de la mano, trataba de hacer una llamada.
Mientras escuchaba la conversación de mi amiga y nuestro continuo debatir sobre esas cosas que tanto nos inquietan y que al mismo tiempo no comprendemos, observaba a ratos a la muchacha y al niño.
- ¿ Qué te pasa?, le preguntó el niño apoyándose cariñosamente sobre ella y mirándola a la cara.
- Me duele la cabeza, Yunai, le contestó mientras se ponía una mano sobre la sien al tiempo que ladeaba la cabeza, un movimiento que me permitió ver las ojeras en su rostro.
Transcurrió un rato en el que el niño se entretuvo solo jugando con unas fichas de dominó que había sobre la mesa mientras la muchacha, en silencio, seguía trasteando con el móvil. De vez en cuando, volvía a ladear la cabeza y se tocaba la sien, mostrando su cara joven pero entristecida, como si además de un dolor físico también padeciera algo de amargura.
El niño, en un intento de llamar la atención, apoyándose en ella, le dijo:
- mamá, me hago pis, y la muchacha, como quien actúa con un deber bien aprendido y adquirido, le llevó de la mano a los aseos del bar.
Cuando salieron, me fijé con más detenimiento en el rostro de esa joven madre y en el niño y me pregunté si era el lugar idóneo para vivir tanto ella como esa criatura.
Nunca lo sabré, desde luego, pero lo cierto es que muchas veces, esos lugares donde se vive, no siempre se eligen, ellos te eligen a ti y aunque para algunos, un pequeño pueblo en una comarca tranquila donde los inviernos son fríos y largos, es sólo un lugar idóneo para escapar un par de días de la mundanal ciudad, para otros es la oportunidad donde construir su vida. Puede ser el caso de esta joven madre de la comarca de Babia, o el de ese ganadero que estoy viendo por la ventana mientras escribo, con sus vacas caminando con sus madreñas en los pies para evitar el barro por la carretera para recogerlas en su cuadra antes de que anochezca del todo.
Mi amiga me comentaba en uno de sus alardes de sinceridad, que ella no se veía viviendo en un pueblo como en el que nos encontramos pasando estos días. Hace un rato, en uno de sus también momentos de pensamientos difusos, me decía que el silencio es bueno casi siempre pero a veces, puede no serlo tanto...Quizá tiene razón, pero precisamente aquellos que no solemos tener donde vivimos, el silencio, la tranquilidad, y esa bonita sensación de que el tiempo y su discurrir no importa, es lo que buscamos para evadirnos.
A mí, este silencio, me gusta. Me inunda de una serenidad tan íntima que hasta el leve rumor de la lluvia me dulcifica el alma.
Percibo el cielo gris con acomodada resignación mientras veo llover,´y digo bien acomodada resignación porque la sensación de ver llover desde una ventana cuando al tiempo ves los tejados de pizarra negros desafiando a la adversidad del frío con sus chimeneas humeando y la montaña preparándose para dormir, no te importa demasiado no poder hacer otra cosa que estar allí viendo anochecer. Quizá sea eso realmente " estar en Babia"; quedarte ensimismado sin pensar en hacer otra cosa.
Si existe un estado en el que los pensamientos se unen con el sosiego de espiritu, en esta comarca leonesa a un paso de Asturias y vía del Camino de Santiago leonés, una particularidad que según cuentan también por aqui, da explicación a su nombre. Los caminantes que iba a Santiago de Compostela, al llegar a este punto del camino, preguntaban: ¿ Va via Santiago?...a lo que los lugareños contestaban: ¡ Va vía, si...por aqui Va vía¡
lunes, 13 de septiembre de 2010
Milán...Duomo rutilante
martes, 6 de julio de 2010
Puerto Lápice
lunes, 28 de junio de 2010
Molinos ( I ) Valbuena de Duero
Merecen un apartado especial aquellas construcciones populares que formaron parte del modo de vivir y también de subsistir de aquellos que existieron y poblaron antes que nosotros cuánto hoy está por conocer y descubrir como viajeros.
Los molinos, edificaciones en piedra o en adobe, según el uso del lugar donde se asentaban, siempre a la vera frondosa y fluída de un río, eran lugares donde el viejo oficio del molinero conseguía hacer " fino" ese fructífero grano de cereal que daba la tierra. La molienda era el proceso necesario para poder obtener del grano en bruto, un fino polvo, la harina, que servía como sirve hoy a ese alimento primario al tiempo que nutritivo como es el pan.
En siguientes ediciones en este blog, hablaremos de la maquinaria y la curiosa conjugación que ofrece el agua a la hora de hacerla funcionar. Hoy hablaremos de los lugares que se escogían para estas edificaciones, generalmente fuera del núcleo del pueblo pero cercano al mismo tiempo pues su funcionalidad debía servir a la gente del lugar.
Es frecuente encontrar la casa del molinero en una vaguada al borde de un río, y generalmente también en una parta de ese río dónde la corriente fluye con un caudal abundante. La fuerza del agua, sus desniveles y caídas además de su continuo fluir, eran condiciones básicas e indispensables para instalar un molino que sirviera para moler el grano.
De igual manera, también se edificaba con parte de su base en voladizo para que el agua discurriera por debajo al tiempo que movía los resortes de la maquinaria.
La robustez de la piedra servía siempre de base a las pilastras que sostenían el molino, otra cuestión podía llegar a ser las paredes. Aqui la diversificación entre adobe y piedra ha dado lugar a diferentes arquitecturas dependiendo de zonas y de usos en sus construcciones.
Aquellos molinos que fueron construídos en piedra, conservan mejor sus vestigios aunque el abandono de todos ellos después de caer en desuso, los ha dejado practicamente tocados de muerte. Sólo algunos rescatados del olvido, consiguen conservar después de su rehabilitación, un aspecto digamos saludable o por lo menos " aproximado" de lo que fueron en otro tiempo.
En Valbuena de Duero, parada fortuíta de este itineres pues en la búsqueda de molinos por tierras del Valle de La Esgueva en la provincia de Valladolid, no hubo demasiada suerte en esta ocasión, nos encontramos con un molino sobre el rio Duero, en plena tierra del Vino de Ribera de Duero, que si bien no se conserva íntegramente, nos permite hacernos una ligera idea de lo propicio que puede llegar a ser la vertiente de un río para el noble oficio del molinero, la acción de la molienda y el techo y paredes para tales fines; el molino.
En este lugar, la naturaleza no sólo es generosa; el enclave se conjuga para integrar a la piedra con el paso del agua y aunque las paredes del molino se quedan en el vano intento de cerrarse por completo, es fácil imaginar que, allí dentro, pudieron seguramente estar aquellos sacos de grano de cereal esperando ser molidos por las muelas que también solían estar entre esas cuatro paredes.
Lo más bonito de este lugar, sin duda el sonido del agua al tiempo que se contempla el Duero. La pequeña pesquera que hay junto al molino, ofrece esa sútil sinfonía del agua que se produce cuando , rápida, resbala por el ligero desnivel formando una melena verdosa y blanquecina.
Un lugar sin duda recomendable para quienes buscamos aquello que contribuyó en otro tiempo a esos modos de vida que, no por pérdidos hoy, dejan de ser curiosos e importantes para quienes entienden que las costumbres deben ser al menos conocidas para evitar la desidia del olvido.
Cómo llegar
Desde Valladolid, coger la nacional dirección Soria y desviarse hacía San Bernardo y luego llegar hasta Valbuena de Duero, o bien hacer el desvío hacía Olivares de Duero y tomar la bifucación en el propio pueblo hacía la derecha.
Texto: Pilar Martinez Fernandez ( Junio 2010)