martes, 2 de noviembre de 2010

Babia, mucho más que una simple expresión

Desde luego, estar en Babia, es mucho más que una simple expresión. Es estar físicamente en una comarca del Noroeste de León donde el silencio de la naturaleza te invade de tal forma que el encuentro con uno mismo produce un bienestar sereno.
Entre la comarca de La Luna y Laciana, habita y late Babía, un lugar bañado por dos pequeños rios pero bravos cuando se les antoja; El Sil y El Luna.
Cada pueblo de Babía, ofrece un sendero para descubrir con lentitud y sin prisas sus secretos; pequeños lagos y lagunas, vacas y caballos que te miran curiosos cuando pasas a su lado, y el relajante sonido del discurrir del agua pues a cada paso, ves el agua correr muy cerca de tus pies jugando a salpicarte, rápido y sabiendo siempre en todo momento hacía dónde se dirige.
Babia no te deja indiferente, no es un lugar más en tu haber viajero. 
Cuando llegas a un lugar en el que no has estado antes, siempre esperas encontrarte con algo diferente a lo conocido; un paisaje de contrastes, matices singulares, colores, olores, gentes…
En la comarca de Babia hay diferencias. La vida parece que no sigue el mismo ritmo del tiempo que en otros lugares. Un día de descanso en esta comarca es tener la sensación de que el tiempo no importa. No lo sientes detenido, sino más bien relentizado, como si la calma se instalara en ti para darte sosiego.
Te apetece ver cosas, descubrir sus secretos entre los vallecillos y montañas salpicadas de hayas y robles que en otoño, a poco que el sol asome entre las nubes, ofrece unas tonalidades doradas y ocres espectaculares. Sin embargo, también te invita a pensar, a detenerte para darte ese tiempo que no te das en tu vida cotidiana y escucharte. El silencio de Babia y ese cobijo que te dan sus pequeños pueblos, es el mejor aposento que puedes encontrar para meditar sobre la incertidumbre que a menudo se siente en nuestro devenir por la vida.
En mi caso, la contemplación me ofreció una vivencia sencilla sobre la que pensar.
Entramos mi amiga Armonía y yo en un bar de Piedrafita de Babia a tomarnos un café. El bar en cuestión no tenía parroquianos; apenas un hombre de mediana de edad del lugar que, como si fuera ajeno a todo, permanecía en silencio fumando y mirando por la ventana cómo llovía mientras apuraba su consumición.
En la barra, no había nadie cuando entramos, pero a los pocos instantes de esperar en la barra, apareció por una puerta una muchacha joven con un niño de unos dos años y medio.
La muchacha enseguida nos atendió. Le pedimos dos cafés con leche y ella nos los preparó con tranquilidad, como se hace en Babia creo que casi todo.
En ese momento, no reparé en la muchacha, sino en el niño. Más bien, la criatura reparó en nosotras y sobre todo en mi mochila que, al verla, con su lengua de trapo enseguida me preguntó: -¿ Que hay dentro?, ¿ A ver qué hay?…
Como me cayó simpático el niño, le seguí un poco el juego y mientras asomaba su pequeña naricilla en la abertura de mi mochila, le enseñó algunas de las cosas que llevaba, entre ellas la cartera con el dinero.
Muy curioso, volvió a preguntar: - ¿ Y para qué llevas cartera?, Y ¿ Qué más cosas hay?…
Sus preguntas eran seguidas e incesantes, como un chorro de curiosidad, algo inusual en un niño de tan corta edad. Le contesté con esas típicas trivialidades que se les suele decir a los niños para ponerles a su nivel esas cosas de adultos que ellos aún no están preparados para entender.
La muchacha, una vez nos puso los cafés en la barra, cogió al niño y se lo llevó con ella a una mesa. Alli, el niño, siguió con su parloteo mientras la muchacha, con el móvil de la mano, trataba de hacer una llamada.
Mientras escuchaba la conversación de mi amiga y nuestro continuo debatir sobre esas cosas que tanto nos inquietan y que al mismo tiempo no comprendemos, observaba a ratos a la muchacha y al niño.
- ¿ Qué te pasa?, le preguntó el niño apoyándose cariñosamente sobre ella y mirándola a la cara.
- Me duele la cabeza, Yunai, le contestó mientras se ponía una mano sobre la sien al tiempo que ladeaba la cabeza, un movimiento que me permitió ver las ojeras en su rostro.
Transcurrió un rato en el que el niño se entretuvo solo jugando con unas fichas de dominó que había sobre la mesa mientras la muchacha, en silencio, seguía trasteando con el móvil. De vez en cuando, volvía a ladear la cabeza y se tocaba la sien, mostrando su cara joven pero entristecida, como si además de un dolor físico también padeciera algo de amargura.
El niño, en un intento de llamar la atención, apoyándose en ella, le dijo:
- mamá, me hago pis, y la muchacha, como quien actúa con un deber bien aprendido y adquirido, le llevó de la mano a los aseos del bar.
Cuando salieron, me fijé con más detenimiento en el rostro de esa joven madre y en el niño y me pregunté si era el lugar idóneo para vivir tanto ella como esa criatura.
Nunca lo sabré, desde luego, pero lo cierto es que muchas veces, esos lugares donde se vive, no siempre se eligen, ellos te eligen a ti y aunque para algunos, un pequeño pueblo en una comarca tranquila donde los inviernos son fríos y largos, es sólo un lugar idóneo para escapar un par de días de la mundanal ciudad, para otros es la oportunidad donde construir su vida. Puede ser el caso de esta joven madre de la comarca de Babia, o el de ese ganadero que estoy viendo por la ventana mientras escribo, con sus vacas caminando con sus madreñas en los pies para evitar el barro por la carretera para recogerlas en su cuadra antes de que anochezca del todo.
Mi amiga me comentaba en uno de sus alardes de sinceridad, que ella no se veía viviendo en un pueblo como en el que nos encontramos pasando estos días. Hace un rato, en uno de sus también momentos de pensamientos difusos, me decía que el silencio es bueno casi siempre pero a veces, puede no serlo tanto...Quizá tiene razón, pero precisamente aquellos que no solemos tener donde vivimos, el silencio, la tranquilidad, y esa bonita sensación de que el tiempo y su discurrir no importa, es lo que buscamos para evadirnos.
A mí, este silencio, me gusta. Me inunda de una serenidad tan íntima que hasta el leve rumor de la lluvia me dulcifica el alma.
Percibo el cielo gris con acomodada resignación mientras veo llover,´y digo bien acomodada resignación porque la sensación de ver llover desde una ventana cuando al tiempo ves los tejados de pizarra negros desafiando a la adversidad del frío con sus chimeneas humeando y la montaña preparándose para dormir, no te importa demasiado no poder hacer otra cosa que estar allí viendo anochecer. Quizá sea eso realmente " estar en Babia"; quedarte ensimismado sin pensar en hacer otra cosa.
Según cuentan por aquí, esa expresión se debe a esas estancias que acostumbraba a pasar el rey de León para alejarse de los problemas de la corte y que causaban inquietud entre sus subditos pues cuando preguntaban por él, se les respondía evasivamente que el rey estaba en Babia.
Si existe un estado en el que los pensamientos se unen con el sosiego de espiritu, en esta comarca leonesa a un paso de Asturias y vía del Camino de Santiago leonés, una particularidad que según cuentan también por aqui, da explicación a su nombre. Los caminantes que iba a Santiago de Compostela, al llegar a este punto del camino, preguntaban: ¿ Va via Santiago?...a lo que los lugareños contestaban: ¡ Va vía, si...por aqui Va vía¡
Si hasta aqui llegas, viajero, camino de Santiago o hacía cualquier otro lugar, detente en tu caminar un rato, la magia del silencio y ese tiempo que parece que allí discurre más lentro que en otro sitio, te llevará a descubir mejor hacía dónde te diriges e incluso quién eres. Ese es el encanto singular de Babia, además de su paisaje y sus tranquilas gentes,.
Pilar Martinez ( 31 octubre 2010)

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