lunes, 13 de septiembre de 2010

Milán...Duomo rutilante


Si algo impresiona cuando llegas a Milán, es su emblemático " Duomo". No es sólo una catedral enclavada en una magnífica plaza, es la luz proyectada en la misma piedra erigiéndose hacia el cielo para tocar con sus agujas puntiguadas a Dios.

Si con suerte llegas a Milán, en un día soleado en metro desde la estación Central de trenes hasta la misma plaza del Duomo, podrás ver emerger desde la misma boca del metro una blancura casi cegadora que poco a poco llenará toda la panorámica mientras caminas.

Llegar hasta las mismas puertas del templo catedralicio es tener la sensación de empequeñecer ante la dimension que adquiere la totalidad de sus muros. Naturalmente, deseas entrar, franquear esa blancura para sumergirte en el corazón del Duomo y sentir aún más la inmensidad de su interior.
Es obligado hacerlo, pero una advertencia a tener en cuenta; no se puede entrar, en el caso de las mujeres, con los hombros al descubierto. Es necesario hacer acopio de una pasmina, pañuelo o chal para cubrirse pues te impiden la entrada los guardas de seguridad si no cumples cierto protocolo.
Ya en el interior, la amplitud de un espacio diafano, permite detenerse en sus múltiples detalles, siendo los más curiosos sus vidrieras, verdaderas peliculas en imagenes cristalinas y coloristas de los diferentes episodios y estadios de la vida de Jesús, la virgen y los discipulos.

Contemplar el Duomo, tanto por dentro como por fuera, es dar rienda a los sentidos en su máxima expresión de delicadeza pues cuando se tiene ante sí la belleza que albergan tan espirituales piedras, te llenas de sensaciones intensas capaces de hacerte caer en la cuenta de que estás ante algo único y realmente extraordinario.